Después de varios años de observación astronómica, nos damos cuenta de cuáles son las condiciones más adecuadas para asegurar una noche bajo las estrellas. En el caso de que sean las primeras experiencias de observación astronómica, sin conocer las emociones que un cielo estrellado puede regalar, la mayoría de nosotros se queda igualmente impresionada y encantada por el encanto de la bóveda celeste, sea la que sea, admitido estar en presencia de un discreto cielo nocturno. Este, en mi opinión, es el gran poder del cielo estrellado: poder impresionar mentes nuevas independientemente de sus condiciones. Es como si observar el Universo por unos instantes fuera suficiente para hacernos comprender que es nuestro verdadero hogar, nuestro origen, una conciencia que nace en nosotros impregnada de tranquilidad y serenidad. Pero en la mayoría de los casos, experimentamos estas nuevas y hermosas emociones totalmente inconscientes de la verdadera naturaleza del cielo que estamos observando, un cielo arruinado, deslumbrado, amarilleado por las luces del hombre.
Esta triste verdad sólo se percibe si la suerte o el entusiasmo nos hizo acabar bajo muchos cielos nocturnos, diferentes en calidad y cantidad de objetos celestes ofrecidos.
Pero, ¿cuál es el aspecto responsable de esta imparable ruina de los cielos?
Un fenómeno en particular es el responsable directo de la pérdida progresiva de calidad del patrimonio celeste. Me refiero a la contaminación lumínica. A pesar de los esfuerzos de muchas asociaciones que llevan años intentando defender la oscuridad de los cielos, este parece ser un fenómeno imparable, una causa perdida como muchos afirman. El mundo, de hecho, se está volviendo cada vez más brillante, no hay dudas sobre eso. Basta con echar un vistazo a las imágenes tomadas por algunos de nuestros satélites en cualquier parte del mundo donde haya caído la noche para darse cuenta de cómo están las cosas. Imágenes detalladas de la contaminación lumínica en nuestro planeta muestran un empeoramiento progresivo y exponencial de las condiciones de la mayoría de los cielos nocturnos durante los últimos 20 años. Estudios recientes han demostrado que el brillo promedio de nuestro planeta aumenta casi un 2% cada año. No olvidemos que, hace menos de 150 años, las únicas fuentes de luz de las que el hombre podía aprovechar eran las velas en su hogar, mientras que en el exterior la única opción era la de hacerse guiar por la intensa luz de la Luna y del cielo estrellado. Lamentablemente, el efecto deletéreo en el cielo nocturno no es el único. Pocos consideran las consecuencias ambientales y humanas. Las plantas y los animales, así como los humanos, regulan su comportamiento en base al ciclo día / noche, conocido como ritmo circadiano, que durante millones de años ha representado un «reloj interno» imperturbable para cualquier especie del planeta. Por tanto, una iluminación excesiva implica una variación biológica de este ritmo natural provocando muchos casos de desorientación en diferentes especies animales, alteración del fotoperiodo en algunas plantas y alteración general del sueño. Estudios recientes han demostrado que alrededor de dos tercios de la población mundial vive en áreas donde se considera que el cielo nocturno está por encima del umbral que define un cielo contaminado. La Vía Láctea, nuestra galaxia, ahora solo es visible alejandose de muchos kilómetros de las grandes ciudades, alcanzando un entorno rural, montañoso o, mejor aún, un entorno desértico.
La imagen de arriba, resultado de mediciones precisas del brillo del cielo, es una descripción detallada de la propagación de la contaminación lumínica en todo el mundo. Tomada fuera de la atmósfera en uno de nuestros satélites, esta imagen se desarrolló utilizando datos de alta resolución procesados por nuevos softwares. Como se puede notar, una gran parte de nuestro planeta está invadida por luz artificial. Las zonas más iluminadas son, sin duda, Europa, donde solo una parte de los países nórdicos como Suecia y Noruega todavía pueden considerarse «seguros», Estados Unidos (excluidas las zonas desérticas) y parte de Asia (especialmente India y China del este). Las zonas menos afectadas son sin duda Alaska, gran parte de Canadá y el continente africano, Australia y gran parte de Sur América.
Pero… ¿Chile? ¿También está condicionado por el efecto del aumento de la contaminación lumínica? Lamentablemente si, igual que el resto del mundo, más o menos afectado según la zona tomada en consideración. Afortunadamente, como se puede ver en la imagen de abajo, una gran parte del país aún se encuentra a salvo, gracias a la presencia del desierto de Atacama que ocupa la mitad del territorio y que hace que muchas zonas montañosas sean inhabitables. Otra región que todavía está muy oscura es la Patagonia, tanto chilena como argentina aunque, en sus latitudes, el clima generalmente inestable en muy pocas ocasiones ofrece noches de cielo totalmente despejado.
El país más astronómico del mundo, donde la iluminación publicitaria y actividades como la construcción, la minería y la iluminación deportiva son las principales fuentes de contaminación lumínica, se ha visto obligado a empezar una batalla contra el lento pero constante aumento de las fuentes de luz concentradas, como siempre, en realidades urbanas. De la imagen se puede apreciar claramente que el único «faro» de Chile es la capital, Santiago de Chile.
La OPCC (Oficina de Protección de la Calidad del Cielo del Norte de Chile), es la organización que ha estado involucrada en la protección de los cielos nocturnos por más de 20 años en Chile, considerándolos patrimonio ambiental, cultural y astronómico del país. El objetivo principal de la asociación es transmitir el extraordinario valor de los cielos chilenos y concienciar sobre el impacto de la contaminación lumínica a través de numerosas campañas de sensibilización dirigidas a regular la iluminación con lámparas de luz fría (Led), que comportan un aumento del deterioro del cielo nocturno, y los modos generales de iluminación, que a menudo son incorrectos y están fuera de los estándares. Desde hace años, los mayores esfuerzos se han dirigido a la instalación de sistemas de iluminación exterior compatibles con los estándares nacionales, una lucha continua por el mantenimiento y mejora de las condiciones de oscuridad del cielo.
¿Será suficiente el activismo y la perseverancia de la OPCC para contrarrestar la creciente contaminación lumínica? Es una batalla mucho más difícil de lo que parece, cuyo desenlace depende no solo del esfuerzo de la asociación sino de cada uno de nosotros, de nuestra amplitud de miras, de ser capaces de reconocer el gran valor de los cielos estrellados y del amor hacia las generaciones futuras, a las que podríamos dejar una herencia salvaguardada o que, por nuestra culpa, ya no sabrán qué es la Vía Láctea, quedando completamente ajenas a la belleza del Universo.
Los astrónomos y los aficionados como yo tenemos el deber de contribuir a la defensa de la herencia estelar, en cualquier lugar nos encontremos.
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