Fiebre del cobre y del litio: la amenaza ambiental

de Raffaele Toniolo

Uno de los aspectos más increíbles de Chile es que buena parte de sus territorios del norte, además de ser conocidos por su belleza paisajística y por tanto un destino turístico reconocido, representa un verdadero estandarte económico para todo el país gracias a los enormes recursos minerales y metalíferos que lo distinguen. Metales y minerales, dos realidades que desde la segunda mitad del siglo XIX habían comenzado a atraer mentes europeas en busca de fortuna y listas para explotar el potencial minero de muchas zonas del desierto de Atacama. Desde aquellos días, cuando la fortuna de la industria minera giraba en torno al salitre, las cosas no han cambiado. La extracción de muchos minerales y metales sigue representando una de las principales fuentes económicas del país. Además del hierro, molibdeno, plomo, zinc, oro, plata y carbón, cuya extracción aún está muy extendida en el sur del país, hay dos metales que ocupan la mayor parte de las actividades mineras chilenas. Me refiero al Cobre, del cual Chile es el primer productor del mundo, y al Litio, del cual el país tiene el récord de exportación. Aproximadamente un tercio del PIB nacional proviene de la extracción, producción y exportación de metales y minerales. Con 8 millones de toneladas, Chile tiene las mayores reservas de litio conocidas, luego viene Australia, que con 2,7 millones de toneladas tiene el récord de producción, Argentina con 2 millones y China con 1 millón. Los magníficos colores del desierto de Atacama esconden, por tanto, un enorme potencial mineral, casi el 30% de las reservas de litio estimadas en el mundo.
Pero, ¿por qué preocuparse tanto por el litio y el cobre? Gracias a su alta conductividad y la capacidad de almacenar energía, la enorme y creciente demanda del famoso metal alcalino está ligada al hecho de que es el metal utilizado para la mayoría de las baterías, desde los celulares hasta vehículos eléctricos y, por lo tanto, considerado extremadamente valioso. Gracias a su excelente conductividad térmica y conductividad eléctrica, el cobre, presente en la naturaleza casi siempre en forma de minerales, siempre ha sido ampliamente utilizado en la producción y uso de electricidad y en sistemas basados ​​en intercambio de calor.
Después de estas consideraciones, parecería que este enorme potencial solo tiene una realimentación positiva y, por lo tanto, que represente un recurso capaz de garantizar la prosperidad y la seguridad del país. Pero … ¿es esto realmente así? Para decir la verdad, no, no lo es. En mi opinión, hay dos aspectos fundamentales para considerar y que representan consecuencias directas de la minería a gran escala. Me refiero a la misma naturaleza y calidad de los recursos, enormes, por supuesto, pero aún agotables, y de la explotación y contaminación ambiental.
Aparte de las ralentizaciones normales en la minería debido a la pandemia Covid-19 y el alza esperada en el precio del cobre tras el crecimiento de su demanda de los sectores automotriz y de energía renovable, los pivotes alrededor de los cuales gira la oferta del metal están representados por su disponibilidad en la naturaleza y por su grado, es decir, por su concentración. La enorme disponibilidad del metal no parece preocupar a las grandes mineras activas en el territorio norte, responsables de una producción que, a pesar del continuo descenso registrado durante el período pandémico, han mantenido un ritmo sostenido de trabajo. Por otro lado, lo que representa un problema es el grado de metal registrado en diversas empresas mineras, que ha disminuido de 1 a 0,6-0,7% en los últimos años. Esta reducción es sinónimo de un incremento en los costos de producción del cobre refinado y provoca un alargamiento del proceso productivo y por lo tanto, una oferta cada vez más rezagada respecto al cronograma del mercado. Un envejecimiento cualitativo general de las minas a cielo abierto chilenas que se sienten cada vez más obligadas a operar en profundidad y bajo tierra.
La esperanza y las previsiones de las empresas mineras encuentran seguridad en la enorme disponibilidad del metal precioso y en el uso de mejores técnicas de producción que puedan garantizar una producción creciente y que, por tanto, sean capaces de compensar este déficit cualitativo.

También queda para considerar la implicación ambiental, una consecuencia directa de la minería, especialmente en el caso del litio. Durante décadas, Chile se ha encontrado entre dos antiguos desafíos: el interés económico y la protección del medio ambiente. El problema medioambiental radica precisamente en los lugares elegidos para la extracción del metal alcalino, que muchas veces pertenecen a reservas o parques naturales de indescriptible belleza paisajística y que, por tanto, representan o pueden representar destinos turísticos extraordinarios y únicos en el mundo. Las realidades objeto de extracción son a menudo los famosos salares, los grandes lagos de sal que caracterizan la zona del llamado «Norte Grande», la región más septentrional de Chile, en el corazón del desierto de Atacama, así como en muchas áreas ocupadas por reservas naturales cercanas al gran desierto chileno, en territorio boliviano o argentino.

El Salar de Atacama

 

Aparte de la relativa sencillez de producción del famoso metal alcalino, ya sea a través de la minería o mediante la «salmuera», la despiadada actividad de extracción tiene dos consecuencias ambientales directas, daños colaterales nocivos tanto para el medio ambiente como para la población indígena local que durante décadas ha representado un baluarte válido contra la explotación ambiental. Me refiero a las enormes cantidades de CO2 que se producen y la evaporación del agua en el sitio, recurso de primordial importancia para las comunidades agropastorales indígenas del gran altiplano atacameño y en general para toda la población chilena concentrada en la región norte. El agua presente en los salares subterráneos se saca a la superficie y se evapora en grandes tanques, operación que representa una primera parte del proceso productivo y que a lo largo de las décadas ha provocado un deterioro paulatino de los salares, provocando un progresivo secado de sus áreas humedas en los bordes de grandes salares, así como ríos y acuíferos locales. La extracción indiscriminada de agua afecta directamente a las comunidades que enfrentan serios problemas de abastecimiento de agua para la agricultura, el pastoreo y el turismo local, lo que genera conflictos e inestabilidad social.

La intensa actividad de extracción es, por tanto, la causa de graves desequilibrios hídricos y sociales y plantear una hipótesis para una solución a este contexto no es nada sencillo. Si bien el tema es bien conocido a nivel legal y gubernamental, las primeras y únicas realidades para luchar activamente contra el fenómeno son, como ya se mencionó, las diferentes comunidades indígenas que habitan en el gran desierto de Atacama, Atacameños, Lickanantay, Colla, Quechua y Aymara, realidades sensibles al fenómeno y que, como yo, nos sentimos responsables y obligados a difundir la verdadera naturaleza de la realidad minera y cantera activas en este paraíso natural, con la gran esperanza de que se proponga y pronto se alcance una solución más verde y mejor para todos.

El Salar de Uyuni, el salar más grande del mundo, sede de una intensa actividad de producción de litio.

Raffaele Toniolo

Hola, me llamo Raffale Toniolo y soy un Travel Designer. Nací en Vicenza, en Italia. Chile es mi destino, mi especialización. Es el país en el que he reconocido en el desarrollo de itinerarios de viaje y en el acompañamiento de viajeros, mi contexto ideal. ¡Bienvenidos en el Desierto de Atacama!

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